Catástrofe y Crisis Ecológica
En el marco de la sociedad, el cambio climático y la investigación
Catástrofe y Crisis Ecológica
Una catástrofe ecológica es un acontecimiento que tiene consecuencias de gran alcance para la estructura y el funcionamiento de los ecosistemas afectados, causando una degradación significativa y a veces irreversible de los recursos biológicos naturales.
Por regla general, y sea cual sea el origen exacto de las catástrofes ecológicas, el hombre es responsable de la gran mayoría de ellas. Sin embargo, a veces pueden derivarse graves consecuencias ecológicas de catástrofes puramente naturales, la mayoría de las veces relacionadas con fenómenos geofísicos (terremotos, erupciones volcánicas). Por ejemplo, las erupciones volcánicas destruyen grandes extensiones de tierra cultivada (varios miles de hectáreas de cultivos quedaron cubiertas por varios metros de puzolana y ceniza volcánica durante la erupción del Pinatubo en Filipinas en 1990-1991). Pero, ¿podemos hablar realmente de “catástrofe natural” cuando la población, empujada por la superpoblación, se instala en las laderas de los volcanes activos?
Las catástrofes ecológicas se confunden a menudo con las catástrofes tecnológicas. Estos últimos, causados por una tecnología mal controlada, suelen provocar una elevada tasa de mortalidad entre las poblaciones afectadas y, por regla general, no causan ningún daño a la naturaleza ni a sus recursos. Por ejemplo, la catástrofe de Bhopal en India en 1984, a pesar de los miles de muertos que causó, no fue una catástrofe ecológica porque no tuvo ningún impacto medioambiental, ya que sólo afectó a una zona urbana densamente poblada y contaminada por una sustancia extremadamente fugaz. Lo mismo puede decirse del accidente de Seveso en Italia (1976). Estos dos ejemplos son buenas ilustraciones de catástrofes tecnológicas.
La importancia de una catástrofe ecológica no está ligada al número de víctimas humanas que provoca, que muy a menudo es inexistente, sino a la amplitud de los daños sufridos por los ecosistemas, y más concretamente por su biodiversidad y productividad. La marea negra del Erika (1999), que contaminó la costa atlántica francesa y provocó la muerte de al menos 100.000 aves marinas en menos de un mes -por no hablar de las temibles consecuencias ecotoxicológicas que se observarán a más largo plazo- es un buen ejemplo de catástrofe ecológica. Más recientemente, la marea negra del Prestige (2002) causó daños por valor de unos 5.000 millones de euros, sobre todo en la pesca de la costa de Galicia (España). Del mismo modo, el vertido de petróleo del Exxon Valdez en Alaska en 1989, que contaminó 1.500 kilómetros de costa, fue una catástrofe ecológica de gran magnitud, aunque no causó víctimas humanas.
Existen varias categorías de catástrofes ecológicas, todas ellas resultado directo o indirecto de la acción humana:
catástrofes geofísicas que, aunque de origen natural, repercuten en las poblaciones humanas que se asientan en estas zonas de riesgo;
la deforestación y el pastoreo excesivo, que dan lugar a toda una serie de catástrofes mal llamadas naturales (inundaciones, corrimientos de tierras, avalanchas);
la erosión del suelo;
la desertificación, que a su vez suele ser el resultado de una combinación de sobrepastoreo y desbroce de tierras en climas semiáridos, así como de la erosión eólica resultante de las actividades humanas antes mencionadas;
la contaminación química, ya sea accidental, como los vertidos de petróleo, o causada por la liberación permanente de contaminantes (lluvia ácida, contaminación difusa por contaminantes orgánicos persistentes);
la contaminación nuclear, provocada principalmente por las pruebas de armas nucleares en la atmósfera, pero también por accidentes de la industria nuclear (la catástrofe de Kyshtym en Rusia en 1958 y, sobre todo, la de Chernóbil en Ucrania en 1986).
En las últimas décadas hemos asistido a un aumento de la frecuencia de las catástrofes medioambientales. Este fenómeno tiene dos causas fundamentales. La primera está vinculada a la explosión demográfica, que ha conducido a la sobreexplotación de los recursos biológicos naturales, lo que ha provocado el pastoreo excesivo, la deforestación y todas las perturbaciones ecológicas asociadas a ellos. La segunda es el resultado de una industrialización creciente e incontrolada, a menudo con poco o ningún control sobre el impacto medioambiental potencial de unas tecnologías que no siempre se dominan bien.
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Durante la década de 1990, el número medio anual de inundaciones, ciclones, terremotos y sequías con consecuencias catastróficas alcanzó el nivel más alto jamás registrado por las organizaciones internacionales, y la prevalencia de este tipo de catástrofes – con el mismo impacto medio – fue más del doble que en la década anterior. En 1998 se registraron más de 700 sucesos desastrosos, frente a los 530 de 1995 y los menos de 200 anuales de finales de los años setenta.
▷ Catástrofes: Impacto de los Medios de Comunicación
En múltiples países se ha detectado una certeza infundada en los discursos de los medios de comunicación, por ejemplo en lo que respecta a la ocurrencia futura de determinados fenómenos meteorológicos, o la representación de los impactos proyectados por algunos escenarios de emisiones como inevitables, a menudo combinada con alguna forma de sensacionalismo, como el uso de vocabulario o imágenes fatalistas. En Alemania, Weingart, Engels y Pansegrau observaron una tendencia a informar sobre el cambio climático en términos catastrofistas desde mediados de la década de 1980, que atribuyeron a la preferencia de los medios de comunicación por el “sensacionalismo, la negatividad y la claridad inequívoca”, así como a los discursos científicos y políticos del país. Algunos autores han demostrado que, en los últimos tiempos, la reconstrucción mediática alemana del cambio climático ha seguido de cerca los informes del IPCC y, por tanto, ha rebajado la certidumbre. Según otros investigadores, el “alarmismo” era uno de los “repertorios lingüísticos” dominantes en la prensa británica (el otro era el optimista). Consideran que los “repertorios lingüísticos” son sistemas de lenguaje que se utilizan habitualmente para describir y evaluar acciones, acontecimientos y personas, que ofrecen formas estructuradas de pensar y hablar, y que funcionan como recursos a los que la gente puede recurrir para dar sentido a una cuestión. En su análisis de los medios de comunicación, afirman que el repertorio alarmista se caracteriza por un léxico inflado o extremo. Incorpora un tono urgente (“Tenemos que actuar. Ahora. Hoy”) y códigos cinematográficos, con imágenes y formas de hablar que resultan familiares en las películas de terror y catástrofes. Que emplea un registro casi religioso de fatalidad, muerte, juicio, cielo e infierno, utilizando palabras como “catástrofe”, “caos” y “estragos”.
Por lo tanto, es esencial poner remedio cuanto antes al deterioro de los ecosistemas naturales y aplicar una estrategia global para preservar los procesos ecológicos fundamentales y controlar las grandes contaminaciones. La frecuencia creciente de las catástrofes ecológicas es el primer paso hacia una quiebra general del medio ambiente planetario, de la que la raza humana será la única responsable.
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Crisis: Cuestiones pendientes abiertas a la investigación
El cambio climático es un ámbito en constante evolución y eso no sólo es cierto a nivel atmosférico y biofísico. La comprensión del problema y de los retos que conlleva puede no progresar con la rapidez necesaria, pero sufre transformaciones. Por ejemplo, la encíclica de 2015 publicada por el Papa Francisco sobre el cambio climático aportó una nueva voz al debate y lo agitó hacia cuestiones que a menudo se ignoran en muchos sectores de la sociedad, creando nuevas oportunidades para la investigación relacionada con el discurso.
Además, a medida que las sociedades desarrollan respuestas al cambio climático, surgen nuevas e importantes cuestiones. Por ejemplo, existe un gran interés por el desarrollo de “arreglos” tecnológicos a gran escala, como la reducción de la radiación solar en el planeta a través de los aerosoles, o el aumento del hundimiento del carbono mediante la fertilización con hierro de los mares. Estos y otros proyectos de geoingeniería entrañan nuevos e importantes riesgos e incógnitas que, en su mayoría, se han mantenido al margen del escrutinio público. En una nota más alentadora, el movimiento a favor de la desinversión en combustibles fósiles ha crecido en los últimos años, y la campaña específica liderada por The Guardian en 2015, equivale a una nueva y potencialmente significativa forma de activismo climático. Examinar los discursos (y los silencios) sobre estas vías para nuestro futuro colectivo es de vital importancia.
La política y la “no política” del cambio climático deberían seguir siendo objeto de un análisis (crítico) del discurso. Los investigadores deberían destacar e investigar las luchas actuales sobre la justicia climática y el poder político, y también sobre la naturaleza, los estilos de vida y el dinero, entre otros asuntos con los que está relacionado el cambio climático. Un análisis discursivo-político se ocupará de las opciones y no opciones, así como de los derechos y deberes, de los países, las empresas, las clases sociales y los individuos. Esto debería incluir tanto a los actores poderosos, como la Unión Europea o las grandes empresas de combustibles fósiles, como a los grupos y movimientos sociales poco estudiados (desde una perspectiva analítica del discurso, al menos), como el Movimiento por la Justicia Climática, los Campamentos de Acción Climática y la Transición. La creación de consensos sobre políticas despolitizadoras, como el comercio de derechos de emisión, y las posibilidades alternativas imaginadas por esos movimientos sociales implican procesos discursivos de interés clave.
Seguirá siendo necesario prestar atención a los significados del cambio climático en las esferas públicas. Es necesario investigar más sobre la televisión, el medio que es (todavía) la principal fuente de información (y de argumentos, valores y opiniones) para muchas personas en todo el mundo. El extraordinario desarrollo de la comunicación digital exige más y mejores estudios. Los intercambios en Twitter sobre el cambio climático han sido recientemente objeto de varias publicaciones nuevas, pero ninguna de ellas es de tipo discursivo. Emprender ese tipo de trabajo en los medios sociales sería una importante contribución al conocimiento.
La investigación también debería diversificarse en términos geográficos. Hay grandes diferencias en lo que sabemos sobre los discursos de los medios de comunicación (y otros) en el llamado mundo occidental y en los países en desarrollo. Los académicos deberían desarrollar una mayor sensibilidad a las especificidades de los diferentes países en la política (global) del cambio climático y plantear preguntas en consecuencia.
Tanto las preguntas como las herramientas dan forma a los resultados de la investigación. Dada la gran cantidad de textos sobre el cambio climático disponibles en la actualidad, los investigadores tienen que hacer elecciones y compromisos. Algunos han explorado diversas cuestiones a través de la lingüística computacional y otros la han combinado con el Análisis Crítico del Discurso para lograr una comprensión más profunda. Algunos enfoques y métodos son escasos en la investigación sobre el cambio climático: es el caso del Análisis Multimodal del Discurso, que, por ejemplo, sería muy relevante para el análisis de la televisión y los nuevos medios de comunicación. Reisigl y Wodak (2015) han contribuido recientemente a llenar este vacío aplicando el Enfoque Histórico-Discursivo (DHA), de carácter multiteórico y multimétodo, a los textos de noticias en línea sobre el cambio climático. En general, el DHA tiene un gran potencial para el análisis productivo de cualquier discurso relacionado con el clima y sus contextos.
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Por último, los analistas del discurso deberían seguir examinando críticamente las relaciones entre los textos sobre el cambio climático (informes científicos, discursos políticos, materiales de las empresas, informes de los medios de comunicación, etc.); sus productores (múltiples actores sociales, periodistas, profesionales de las relaciones públicas – véase Anderson 2009); y los consumidores (que son cada vez más “prosumidores”), como han destacado otros. Se pueden plantear una serie de cuestiones sobre ese circuito que implican, entre otras cosas, representaciones textuales, comportamientos, condiciones sociales, culturas y subjetividades. En la medida en que el discurso no solo tiene una función de representación del mundo, sino también de construcción de relaciones e identidades sociales, el examen de las posiciones de los sujetos sobre el cambio climático como lugares contingentes y continuamente negociados puede contribuir a la comprensión del (des)compromiso social y político, una cuestión clave si queremos conseguir construir un futuro sostenible de forma democrática.
Acontecimientos dramáticos en 2024: El año 2024 ha sido testigo de una serie de acontecimientos dramáticos, dinámicos y perturbadores. Las elecciones presidenciales estadounidenses estuvieron marcadas por un sorprendente vuelco en el bando demócrata. Mientras tanto, los mejores atletas del mundo compitieron por el oro en el regreso de los Juegos Olímpicos a la Ciudad de la Luz; un huracán históricamente feroz devastó el sureste de Estados Unidos; el movimiento artístico conocido como Impresionismo celebró un hito importante; y un eclipse solar total cautivó a Norteamérica.
«La mitad de los problemas de esta vida se deben a decir sí demasiado deprisa y no decir no lo bastante pronto».
- Josh Billings